sábado, 11 de abril de 2009

Dios, los huevos y Grau

Por. Rolando Brena Pantoja

Cada vez que un futbolista entra al verde gramado de una cancha de fútbol, lo primero que hace es el signo de la cruz, poniendo en manos de Dios, no de su competencia, ni de su esfuerzo, ni de sus preparadores técnicos, la posibilidad de soñados goles y los resultados del partido. Y acompañándolo de multitud de curiosas y bizarras supersticiones y cábalas. A tal punto del absurdo llega esta ¿concepción?, ¿costumbre?, ¿tontería?, ¿impotencia?, que cuando hay una rara ocasión de buen desempeño, un jugador como Solano afirma con toda ¿ingenuidad?, ¿fanatismo?, ¿desconfianza en sí mismo?, que "Dios iluminó mi pierna derecha".


No estamos lejos de que algún o algunos despistados o avispados "creyentes" empiecen a encender velas a la "pierna iluminada por Dios de Solano" para ganar, hacer goles, incluso solicitar milagros o iniciar un proceso de santificación pernil ante el Vaticano.


El último partido con Chile, contra toda lógica y toda realidad, todavía hizo nacer ilusiones entre los peruanos sobre la posibilidad de un triunfo.Es que con Chile se dan cita un conjunto de circunstancias excepcionales, en las que se mezclan las emociones propias del deporte con conflictos históricos, geográficos, sociales, económicos, sicológicos, etnológicos... que confieren a un encuentro de fútbol características de enfrentamiento cuasi bélico.


Muchos de nosotros estaríamos de alguna manera, si no satisfechos, por lo menos compensados, si la selección peruana le ganara a Chile aunque pierda todos los demás partidos.¿Qué se necesita, a juicio de las palabras de un jugador emblemático, para ganar? Vargas, el "LOCO" Vargas, afirmó que se necesitan "huevos". Efectivamente, puso "huevos" a la hora de jugar: "huevos" para cometer un penal, "huevos" para hacerse expulsar. Será mejor decir que Vargas no puso los "huevos", sino que le faltaron "huevos".


Llegamos al paroxismo patriotero cometiendo un gigantesco ultraje contra uno de nuestros héroes máximos, Miguel Grau, haciéndolo aparecer casi como un jugador más. Un grupo de hinchas se instaló en el estadio con un inmenso retrato suyo, que luego retiraron humillados y ofendidos.


Más aún, un estrafalario descendiente suyo que deambula por Lima disfrazado como el Gran Almirante, se prestó innoblemente a esta vergüenza, manipulado por cierto periodismo.En fin, de la debacle del fútbol no nos salva nadie. Ni Dios, ni los brujos, ni las cábalas, ni "las piernas iluminadas", ni los huevos, ni la utilización a la mala de nuestros héroes nacionales. Lo olvidaba, ni Chemo, por cierto.

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